Tiburones y cultura
- Jana Gombošová
- hace 6 días
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No todas las culturas ven a los tiburones como monstruos peligrosos. Esta imagen surgió principalmente en la civilización occidental. Estos depredadores extraordinarios también han sido percibidos como deidades, guardianes o incluso encarnaciones de los antepasados: desde los ‘aumākua hawaianos, pasando por los guerreros maoríes, hasta las leyendas japonesas. Gracias a científicos, cineastas y conservacionistas, nosotros también estamos aprendiendo a ver a los tiburones como siempre los han visto quienes mejor conocen el océano.
Hawái y Polinesia
En las culturas polinesias, desde Hawái hasta Tahití, el tiburón no se ve como un depredador cruel, sino como parte de la comunidad, a menudo incluso sagrado. Muchas familias locales creen que ciertos antepasados se transforman en tiburones después de la muerte, convirtiéndose en aumākua —espíritus guardianes ancestrales de la familia.
En la espiritualidad tradicional hawaiana, un aumākua es un espíritu guardián familiar que puede tomar muchas formas: un pájaro, una tortuga, una anguila morena... pero una de las más comunes es el tiburón (manō). Este espíritu protege a los miembros de la familia del peligro, especialmente en el mar. Algunas familias creían que un tiburón podía reconocer a los “suyos” y, si alguien se estaba ahogando, el aumākua lo salvaría. Matar a un tiburón —especialmente uno reconocido como aumākua— era un tabú estricto y se creía que traía desgracia.

Los hawaianos asociaban a su tiburón espiritual con rasgos específicos: marcas inusuales transmitidas de generación en generación, una cicatriz o deformidad en una aleta, o un comportamiento distintivo —como permanecer cerca de la canoasolo cuando los miembros de la familia estaban a bordo. Por respeto, algunas familias alimentaban al tiburón o arrojaban parte de su pesca de nuevo al mar como gesto de gratitud por su protección. En la tradición hawaiana, el tiburón sagrado se relaciona con mayor frecuencia con el tiburón tigre (Galeocerdo cuvier). Esta especie se encuentra comúnmente cerca de la costa, donde tenían lugar los rituales diarios de pesca, y destacaba por su apariencia llamativa, su fuerza majestuosa y su capacidad de sobrevivir en condiciones diversas.
En los mele (cantos tradicionales) y las danzas hula, los tiburones como aumākua eran invocados con frecuencia. Estas canciones se realizaban antes de los viajes por mar, en el nacimiento de un niño, como súplica de protección, o durante el Makahiki —el festival de la cosecha y la paz que también honraba a los antepasados. Esto muestra que el aumākua tiburón no era solo una figura mitológica, sino una parte viva de la práctica espiritual cotidiana.
En la isla de Moloka‘i, aún se cuenta la historia de un tiburón llamado Kāne‘aukai. Era conocido como un aumākua, un espíritu guardián que rescataba a los náufragos, llevándolos sobre su lomo hasta la orilla. Tras su muerte, los lugareños construyeron un santuario de piedra cerca de la playa en su honor. Se creía que si alguien no reconocía o respetaba a su aumākua, el tiburón no acudiría en su ayuda: mantener esa relación de respeto era esencial.
En contraste con la visión occidental, donde el tiburón está separado de la “civilización” y etiquetado como una amenaza, en la mitología polinesia forma parte de la genealogía (los antepasados no son solo humanos), posee un valor espiritualy se le trata con veneración en lugar de miedo. Hoy en día, muchos hawaianos luchan por revivir el respeto hacia el aumākua, al tiempo que denuncian cómo la pesca masiva y el finning están destruyendo no solo los ecosistemas, sino también su patrimonio cultural.
Māorí – Nueva Zelanda
Para los māoríes, el pueblo indígena de Aotearoa (la actual Nueva Zelanda), el tiburón no era solo una criatura marina, sino un símbolo de poder, liderazgo y protección espiritual. En su sociedad tradicional—donde la fuerza, el honor y la conexión con los antepasados se expresaban a través de la simbolismo y el tatuaje—el tiburón (mangō) ocupaba un lugar especial.
El símbolo de tiburón más famoso en la cultura māorí es el mangō pare: un diseño estilizado que recuerda la cabeza de un tiburón martillo. Este motivo aparecía en el ta moko (tatuaje tradicional), en las tallas de madera en casas, canoas y armas (whakairo), así como en amuletos y ornamentos que se llevaban alrededor del cuello.

El mangō pare simboliza la resiliencia, la determinación y la victoria sobre los obstáculos. En la batalla, era un signo de que quien lo portaba nunca se rendiría, que lucharía hasta el final. Este símbolo estaba a menudo asociado con los rangatira (jefes y líderes importantes), quienes portaban mana —poder espiritual, respeto y autoridad. A diferencia de otros animales tradicionales, como el kiwi o el tuátara, el tiburón era valorado principalmente por sus cualidades de guerrero. Sus dientes afilados se utilizaban como herramientas y adornos, las mandíbulas formaban parte de objetos ceremoniales, y tanto los dientes como los huesos se incorporaban en armas como los mere (mazas cortas). En algunos hapū (clanes), ciertas especies de tiburón eran consideradas sagradas.
Los māoríes forman parte de la amplia familia cultural polinesia, maestros de la navegación por estrellas, vientos y el comportamiento de los animales. Los tiburones también eran vistos como señales de dirección o de la cercanía de tierra, como guías de las canoas, e incluso a veces como mensajeros de los antepasados—especialmente si aparecían de forma inesperada. Los relatos locales cuentan cómo los tiburones guiaban canoas māoríes a través del mar abierto o los protegían durante la pesca.
En la creencia māorí existe el concepto de kaitiaki —un guardián, guía o espíritu de un lugar o de un linaje. En algunos casos, este guardián tomaba la forma de un tiburón, que protegía a una comunidad, al mar o a un territorio específico. A diferencia de las historias de Hollywood, el tiburón en la cultura māorí tradicional era visto como un guardián del equilibrio, no como una amenaza.
Japón
En la cultura tradicional japonesa, el tiburón aparece en varias capas simbólicas: como ser mítico, protector e incluso portador de sensibilidad. Una de las figuras más llamativas del folclore japonés es el Samebito, un demonio con rasgos de tiburón y apariencia humana que aparece en la leyenda La gratitud del Samebito. No es una bestia, sino un ser trágico y sensible: un exiliado del mundo espiritual que vive en la tierra con dolor y soledad. Sus lágrimas se convierten en piedras preciosas, y ahí reside la fuerza del relato: el tiburón como encarnación de la otredad, la empatía y la sensibilidad, más que como una amenaza.

En algunas regiones costeras de Japón, el tiburón era considerado guardián de los pescadores. Ver un tiburón cerca de la orilla se interpretaba como señal de mares tranquilos y aguas seguras. Sin embargo, en otras zonas podía verse como presagio de desgracia o como un espíritu castigado. Esta visión ambivalente refleja la relación de los japoneses con el mar: de profundo respeto, pero también de cautela supersticiosa.
Curiosamente, el tiburón también apareció en el teatro tradicional japonés, como el kabuki y el noh. En estas representaciones simbolizaba la oscuridad del océano, el inconsciente o una fuerza más allá del control humano. No era un personaje específico, sino más bien una metáfora, lo que situaba al tiburón entre los símbolos espirituales con un lugar especial en la cultura japonesa.
En Japón, los tiburones han tenido —y lamentablemente aún tienen— un uso práctico. Aunque el país no figura entre los mayores consumidores de sopa de aleta de tiburón, ciertos puertos, como Kesennuma, se han convertido en centros globales de procesamiento de tiburones. La industria en Kesennuma comenzó a finales del siglo XIX y principios del XX, y hoy el puerto es el principal lugar de desembarque y procesamiento de tiburones en Japón.
La mayoría de las capturas de tiburón en todo Japón terminan aquí, y parte de la producción, incluidas las aletas, se exporta al mercado internacional. La carne, la piel, el cartílago y el aceite de hígado se utilizan principalmente en productos alimenticios y suplementos dietéticos, y en algunas regiones la carne de tiburón se procesa en un aperitivo seco tradicional conocido como same jerky.
En el Japón moderno, el tiburón ha pasado tristemente del ámbito de los espíritus y símbolos al de la industria y el comercio. Sin embargo, en la literatura, el arte y el folclore local, ha logrado conservar un lugar que refleja una visión más antigua y profunda: que los tiburones forman parte del océano no solo de manera física, sino también espiritual.
El mundo occidental
La relación de la civilización occidental con los tiburones se desarrolló de manera muy diferente a la de las culturas tradicionales. Mientras que en Polinesia, Nueva Zelanda o Japón el tiburón tenía un profundo significado espiritual, en Europa y Norteamérica se lo veía con mayor frecuencia como una criatura misteriosa o peligrosa. En la literatura del siglo XIX y principios del XX (por ejemplo, en las obras de Jules Verne), los tiburones aparecían como parte de un mundo exótico e inexplorado, pero rara vez como figuras centrales. El verdadero punto de inflexión llegó en la segunda mitad del siglo XX.
En 1975, Steven Spielberg estrenó Jaws (Tiburón), una película que marcó profundamente la forma en que hasta hoy se perciben los tiburones. La cinta estaba basada en la novela de Peter Benchley, inspirada a su vez en una serie de ataques de tiburones ocurridos frente a la costa de Nueva Jersey en 1916. El propio Benchley admitió más tarde que gran parte de la historia era ficción y, tras presenciar las consecuencias de su obra, se convirtió en un ferviente defensor de la conservación de los tiburones.
Jaws desató una ola masiva de pánico. El tiburón pasó a ser símbolo de muerte, amenaza y miedo irracional. En gran parte del mundo aumentó la caza deportiva y el finning, y los tiburones comenzaron a ser tratados como plagas que había que erradicar. Este fenómeno es conocido en la literatura científica como el “efecto Jaws”. En algunas regiones, las poblaciones de grandes especies de tiburones se redujeron en más de un 70%, alterando de forma dramática los ecosistemas marinos.

Entre quienes participaron en la realización de Jaws estuvieron los cineastas submarinos australianos Valerie y Ron Taylor. Valerie Taylor es considerada pionera de la cinematografía submarina y de la investigación de tiburones, y fue una de las primeras personas en nadar sin jaula con un gran tiburón blanco. Junto con Ron, filmó imágenes auténticas de tiburones blancos para Jaws, sin imaginar que acabarían formando parte de una obra que modificaría de manera tan drástica la opinión pública.
Al ver con horror el enorme impacto que la película tuvo en la audiencia, ambos comenzaron a involucrarse activamente en campañas de conservación de tiburones. Valerie Taylor admitió abiertamente más tarde que lamentaba haber participado en la película. Juntos, los Taylor produjeron filmes que mostraban a los tiburones bajo una luz distinta: como criaturas fascinantes, inteligentes y vulnerables.
Otro punto de inflexión en el cambio de percepción pública llegó con el documental canadiense Sharkwater (2006), dirigido por el cineasta y activista Rob Stewart. La película estremeció al público mundial con imágenes de pesca ilegal, finning y el trato brutal hacia los tiburones. Al mismo tiempo, puso de relieve su importancia ecológica como depredadores tope y su papel en el mantenimiento del equilibrio oceánico. Con esta obra, Stewart encendió una conversación global sobre la necesidad de proteger a los tiburones e inspiró a una nueva generación de activistas.
Poco a poco, otros se sumaron a este cambio —entre ellos, de forma destacada, el naturalista y cineasta británico David Attenborough, quien en series como Blue Planet II presentó a los tiburones como actores esenciales del ecosistema marino. Sus documentales ayudaron a millones de personas a comprender que los tiburones no son monstruos sedientos de sangre, sino depredadores clave, sin los cuales todo el sistema colapsaría. Igualmente importante es la labor de la oceanógrafa Sylvia Earle, que desde hace décadas advierte sobre las consecuencias devastadoras de la pesca industrial y del finning comercial.
Aunque las películas de terror sobre tiburones (Sharknado, The Meg y muchas otras) siguen produciéndose, la percepción pública evoluciona lentamente. Gracias al trabajo de científicos, cineastas y activistas, ha surgido una nueva generación que no solo respeta a los tiburones, sino que además lucha activamente por protegerlos. Hoy sabemos que la pérdida de cada depredador tope significa la pérdida del equilibrio en el océano, y estamos aprendiendo poco a poco que el respeto debe ser más fuerte que el miedo.

La memoria cultural es poderosa. Y aunque en ocasiones ha actuado en contra de la naturaleza, puede transformarse—sobre todo cuando empezamos a escuchar a quienes siempre han mantenido una conexión más profunda con ella. Ha llegado el momento de dejar de temer lo desconocido y abrirnos al entendimiento. En todos los sentidos.
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Fuentes utilizadas:
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